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aun en sus imperfecciones exteriores «en su hablar lento, en su espíritu abstracto y
pensativo, en la forma de su barba y en su porte». Y conocemos a maridos, esposas, hijas,
amigos que, por tener en grande estima a sus amigos, a sus padres, a sus maridos, a sus
esposas, adquieren, por condescendencia o por imitación, mil pequeños defectos, con el
trato amistoso que sostienen. Ahora bien, esto en manera alguna se ha de hacer, pues cada
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uno harto y demasiado tiene con sus malas inclinaciones, sin necesidad de echar sobre sí las
de los demás; y la amistad, no sólo no exige esto, sino que, al contrario, nos obliga a
ayudarnos los unos a los otros, para librarnos mutuamente de toda clase de imperfecciones.
Es indudable que se han de soportar pacientemente, en el amigo, sus imperfecciones, pero
no nos hemos de inclinar a ellas ni mucho menos trasladarlas a nosotros.
Y no hablo sino de las imperfecciones, porque, en cuanto a los pecados, ni los hemos de
admitir, ni los hemos de soportar en el amigo. Es una amistad débil o mala, ver al amigo en
peligro y no socorrerle, verle morir de una apostema y no atreverse a clavarle el bisturí de
la corrección para salvarle. La verdadera y viva amistad, no puede conservarse entre los
pecados. Se dice de la salamandra que apaga el fuego sobre el cual se acuesta, y el pecado
destruye la amistad, porque no puede subsistir si no es sobre la verdadera virtud. j Cuánto
menos, pues, hay que pecar por motivos de amistad! El amigo es enemigo, cuando quiere
inducirnos al pecado, y merece perder la amistad, cuando pretende perder y condenar al
amigo; y una de las señales más seguras de la falsa amistad es verla sostenida con una
persona viciada por el pecado, sea cual sea éste. Si la persona a quien amamos es viciosa es
sin duda nuestra amistad, porque, no pudiendo referirse a la virtud verdadera, forzosamente
ha de tomar pie de alguna virtud frívola o de alguna cualidad sensual.
La sociedad formada entre comerciantes con miras al provecho temporal, no tiene más que
la apariencia de verdadera amistad, porque se inspira, no en el amor a las personas, sino en
el amor al lucro.
Finalmente, estas dos divinas afirmaciones son dos grandes columnas para asegurar bien la
vida cristiana. Una es del Sabio: «El que teme a Dios siempre tendrá buena amistad»; la
otra es de Santiago Apóstol: «La amistad de este mundo es enemiga de Dios».
CAPÍTULO XXIII
DE LOS EJERCICIOS DE LA MORTIFICACIÓN EXTERIOR
Los que entienden en cosas rústicas y campestres aseguran que si se escribe una palabra
sobre una almendra bien entera, y después se encierra ésta de nuevo en la cáscara, bien
colocada y cerrada con todo cuidado, y se planta de esta manera, todo el fruto que el árbol
producirá después, llevará igualmente escrito y grabado el mismo nombre, En cuanto a mí,
Filotea, nunca he podido aprobar el método de aquellos que, para reformar al hombre,
empiezan por el exterior, por el porte, por los vestidos, por los cabellos.
Muy al contrario, me parece que es menester comenzar por el interior: «Convertios a Mí de
todo corazón», nos dice Dios: «Hijo mío, dame tu corazón»; porque así, siendo el corazón
la fuente de los actos, son éstos lo que aquél es. El divino Esposo, al convidar al alma, le
dice: «Ponme un sello sobre tu corazón, como un sello como sobre tu brazo». Sí,
ciertamente, pues cualquiera persona que tenga a Jesucristo en su corazón, lo tiene también
en todas sus acciones exteriores.
Por esto, amada Filotea, he querido, ante todo, grabar y escribir en tu corazón este santo y
sagrado: VIVA JESÚS, bien convencido de que, después de esto, tu vida, que proviene de
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tu corazón, como el almendro de la almendra, producirá todos los actos, que son sus frutos,
escritos y grabados con el mismo nombre de salvación, y que, tal como vivirá Jesús en tu
corazón, vivirá también en todas tus exterioridades, y se manifestará en tus ojos, en tu boca,
en tus manos y aun en tus cabellos, y podrás decir santamente, a imitación de San Pablo:
«Vivo yo, mas no soy yo quien vivo, sino que Jesucristo vive en mí». En una palabra: el
que ha ganado el corazón del hombre ha ganado a todo el hombre. Pero este mismo corazón,
por el cual queremos comenzar, requiere que se le instruya acerca de cómo ha de regular su
manera de conducirse y su porte exterior, a fin de que, no sólo se vea en él la santa
devoción, sino también una gran prudencia y discreción. Con este fin, voy a hacerte algunas
advertencias.
Si puedes soportar el ayuno, harás bien en ayunar algunos días, además de los prescritos
por la Iglesia; porque, aparte del efecto ordinario del ayuno, que es elevar el espíritu,
refrenar la carne, practicar la virtud y alcanzar una mayor recompensa en el cielo, es un
gran bien conservar el propio dominio sobre la glotonería, y tener el instinto sexual y el
cuerpo sujetos a la ley del espíritu, y, aunque no sean muchos los ayunos, no obstante el
enemigo nos teme más cuando conoce que sabemos ayunar. Los miércoles, viernes y
sábados son los días en los cuales los antiguos cristianos más se ejercitaban en la
abstinencia; escoge, pues, algunos de estos días para ayunar, según te lo aconsejen tu
devoción y la discreción de tu director.
De buen grado diré aquello que San Jerónimo decía a la buena dama Leta: «Mucho me
desagradan los ayunos largos e inmoderados, sobre todo en aquellos que se hallan en edad
todavía tierna. He aprendido, por experiencia, que el potro, cuando está cansado de andar,
busca la manera de escabullirse»; es decir, el joven debilitado por el exceso en los ayunos,
fácilmente degenera en la molicie. En dos ocasiones corren mal los ciervos: cuando están
demasiado cargados de grasa y cuando están demasiado flacos. Nosotros estamos muy
expuestos a las tentaciones, cuando nuestro cuerpo está demasiado nutrido y cuando está
demasiado débil, porque lo primero lo vuelve insolente a causa de su vigor, y lo segundo lo
vuelve desesperado a causa de su flaqueza; y, así como nosotros a duras penas podemos
llevar el cuerpo cuando está demasiado grueso, tampoco él puede llevarnos a nosotros
cuando está demasiado flaco. La falta de esta moderación en los ayunos, disciplinas,
cilicios y austeridades inutiliza para el servicio de la caridad los mejores años de muchos,
como sucedió al mismo San Bernardo, que, después, se arrepintió de haber sido demasiado
austero; y, en el mismo grado en que han maltratado el cuerpo en los comienzos, se ven
obligados a halagarlo después. ¿No sería mejor darle un trato justo y proporcionado a las
cargas y trabajos a que esté obligado por su condición?
El ayuno y el trabajo rinden y abaten la carne. Si el trabajo que haces te es muy necesario o
es muy útil para la gloria de Dios, prefiero que sufras la penalidad del trabajo que la del
ayuno; éste es el sentir de la Iglesia, la cual, por consideración a los trabajos útiles al
servicio de Dios y del prójimo, exime a los que los hacen aun del ayuno de precepto. Uno
se mortifica ayunando, otro sirviendo a los enfermos, visitando a los presos, confesando,
predicando, asistiendo a los desolados, orando y con otros ejercicios semejantes; esta
mortificación vale más que aquélla, porque, además de refrenar, como ella, produce frutos
mucho más deseables. Por lo tanto, en general, es preferible guardar las fuerzas corporales
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